lunes, 31 de diciembre de 2007

Feliz Año Nuevo


Este es un mail de una amiga y resume todos mis deseos y sentiminetos, estoy todavia en un estado de ebriedad continua por esto de las fiestas que me es imposible pensar y derrochar buenas palabras, asi que le va a todas las personas que se atreven de tanto en tanto a perder unos minutos en leerme, en pasar por aqui y hacerme saber que vale la pena esto de conectarse y sacar lo que uno siente, que hay relaciones que nacen desde la incertidumbre del desconocimiento, de imaginarnos pares soñando las mismas estrellas, anhelando buenos sueños

Aqui sus palabras, tambien mis deseos. Besos y buen año

"Uno anda a las corridas por estos días. Hay mucho tránsito, la calle parece un hormiguero, los supermercados son imposibles y hasta hay gente de mal humor. Además, sacamos cuentas todo el tiempo: cuántos regalos faltan, cuánto se reduce el peceto, en cuánto se cocina el huevo duro, cuántas sillas hay, cuántas botellas hay que comprar. Están los que se pelearon con algún pariente, los que no se bancan a la suegra, los que van a conocer al novio de la nena o a la novia del nene, los que se enfrentan, por primera vez, con esa silla vacía, los que pondrán una silla más, los que pasan las primeras fiestas casados, los que las pasan divorciados, los pibes que van y vienen, los vecinos que no quieren milonga en la calle, los médicos que van a estar de guardia el 31 a la noche, el que se fue a la mierda para no ver a nadie hasta el año que viene, el que quiere estar con todos al mismo tiempo y no puede, el que piensa en ese abrazo tan lejos, la que, ahora, siente algo increíble que se le mueve en la panza, el que avisa que la mayonesa le cae mal y el que te cuenta que se rompió una muela comiendo una nuez. Y es inevitable que “los mala onda” pronostiquen lluvia y alguna que otra catástrofe, como que el lunes no hay bancos o que se viene un año bisiesto o que no vas a conseguir un remís ni disfrazado de mono.
Pero no importa: estamos por terminar el año. Y hay que festejarlo.
Después, ¡qué largo es enero!
O sea: qué lindo este ruido.
Porque aun cuando también llegan las tristezas y los recuerdos, aun cuando se notan las ausencias y las roturas, las fiestas certifican que estamos viviendo. Nos tocan a todos, nos involucran a todos, no nos dejan escapar ni del tumulto ni del embotellamiento ni de la risa del Papá Noel que contrataron en el shopping. Porque un año nuevo, a todos, nos abre interrogantes y nos llena de esperanzas. Y porque a todos, de una u otra manera, nos llega el cariño de los otros.
Entonces, mientras sucede la hecatombe del apuro, de las compras, de las cuentas, de las alegrías y de las penas, abrís tu correo electrónico y te encontrás con que un montón de gente se acordó de vos. Y, como no tenés tiempo, vas poniendo “banderitas” o estrellas para contestar más tarde, para dar las gracias, para devolver los buenos deseos; hasta que tu correo es una fila de banderitas pegadas a los nombres de los que te quieren, de los que están viviendo y saben que estás viviendo, y los que saben, también, que el 31 los teléfonos van a estar saturados y la casa llena de olor a comida.
Y sabés, incluso, que es muy probable que postergues esas respuestas, días y días, como postergaste todas esas promesas de “nos vemos antes de las fiestas”, todas esas ganas de pasar a palabras los sentimientos que se te despiertan, de ensanchar el aire para que los que querés sepan que los buenos deseos para 2008 son ciertos, y que salen desde muy adentro.
Así que se me ocurrió agarrar todas las banderitas juntas, levantarlas con la mano, saludarlos, agradecerles a los que me mandaron un mail, a los que me dejaron un mensaje en el contestador, a los que me escribieron un mensajito de texto en el celular –que jamás veré si no encuentro los anteojos- y a todos los que pienso que estas banderitas de colores les van a dar a entender que los tengo presentes y les deseo lo mejor.
A los que vi hace poco, a los que no veo hace mucho, a los que se acordaron de mi cumpleaños, a los que, por suerte, ignoran que estoy un año más vieja, a los que no saludé en sus cumpleaños, a los que me hacen reír, a los que van a estar a mi mesa, a los que les debo el brindis, a los que compartieron partes lindas de este año que se va, a los que entienden que no haya respondido a tiempo. A todos, mis banderitas.
En cuanto a luces, les mando las de adentro, nada más; las que a mí, tantas veces, me sirvieron de consuelo. Porque resulta, miren qué cosa, que hay una puta lamparita que, este año, no funciona y, por consiguiente, no funciona la guirnalda; no obstante, voy a celebrar el año nuevo. Y obviando mencionar que esa lamparita me recuerda que el viejo siempre las arreglaba, pienso –estoy convencida- que el cariño que recibimos, esa luz de adentro, es una usina colosal para iluminar los momentos más difíciles.
Así que les mando TODO MI CARIÑO en estas banderitas que se agitan esperando el año 2008.
María Laura"
Nda: La foto no es mas que la unica manera de hacerme presente para el saludo.

martes, 11 de diciembre de 2007

Balance


Mi balance de año debiera ser como cualquier otro

Decir que te espero aquí a pesar de la tormenta y las inundaciones

Mi balance de año tiene sueños y sonrisas

Primaveras de espera y caminatas de otoño en silencio

Debiera ser como cualquier otro

De camas vacías y ceniceros repletos de angustia

Mi balance de año tiene tardes de ventanas y pensamientos

Horarios de trabajo rutinario y cerveza con amigos

Debiera ser como cualquier otro

Con futbol y carreras de domingo por la tarde

Mi balance de año tiene tu foto y una despedida más

Como otros años que tuvieron fotos y despedidas

Con guerras estallando en el mundo

Caras nuevas que vienen y sombras de cuerpos que se marchan

Debiera ser como cualquier otro

A pesar de la barba que crece y del pelo que se cae

Con la esperanza de otro año de esperanzas

Mi balance de año tiene al mismo niño temeroso de otro año

El mismo egoísmo y la misma maldad de otros tiempos

El optimismo de mil batallas nuevas a ganar

Las heridas sin medallas que muestra mi cara

Debiera ser como cualquier otro

A pesar de mí

Sintiendo que otra vez que la reina de corazones

Volvió a quedar en el mazo.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Reflejo


Te quedas allí como si nada tuviera sentido

Pero escribes y escribes

Matando palabras, torturando recuerdos

La noche esta allí, al alcance de tu mano

Pero decides perder el tiempo aquí

Mirándome, lastimando mis ojos

Pensando siempre en escapar

Pero escribes y escribes

Engañándote,

Esperando que este espejo me borre de una puta vez

Ilusionándote

Esperando que sea el humo

Lo que hace que esta noche

Tus ojos vuelvan a llorar

martes, 20 de noviembre de 2007

De mi




Me sente y bebi cafe

la ventana no decia mas que un murmullo

gente caminando

edificios tropezandose
mis huesos transpiraban piel
y yo no podia dejar
de tirar humo por mis pulmones
Recorrer la vereda cientos de veces
sin que las valdosas mientan tus pasos
Que el taxi te devuelva a la misma esquina
y el diario no regale mas muertes y ausencias
Quiza alli estes,

Donde se funden la vias y los atardeceres

Quiza aqui siga yo

Sentado en la misma esquina

Donde el Diablo suele juntar

a los que no saben donde ir.

sábado, 3 de noviembre de 2007

ULTIMA Y FINAL


“Vigilas desde este cuarto/
Donde la sombra temible es la tuya/
No hay silencios aquí/
Sino frases que evitas oír/
Signos en los muros/
Narran la bella lejanía/
(Haz que no muera/
Sin volver a verte)”
Alejandra Pizarnik

Hoy no hay palabras que se conjuguen en verso
Ya no queda nada de playas y caricias.
Uno siempre espera la suerte en umbrales oscuros,
Saltarle encima y no dejarla escapar,
Adueñarse esa desesperada locura egoísta
Ser uno el merecedor de toda suerte.
Hoy me toca partir,
Llorar,
Morir,
Todos sinónimos de esta mirada perdida en el espejo
Se que amé,
Se que sonreí entre esas manos,
Se que esos ojos brillaron en el silencio de mi almohada.
Ahora solo resta esperar la tarde que apague todas las luces.


Esta es señores la ultima publicación del blog, a esa pequeña, pero destacada lista de lectores que acompañaron esta tonta serenata, les agradezco los comentarios, las opiniones, los consejos.
Tuve la suerte de conocerlos a través de fotos, relatos, confidencias. Me han conmovido mas de una vez, mas de una vez me dieron ideas, mas de una vez me pusieron un espejo.
Pero soy un tonto que idealiza sus pensamientos, y se arriesga a cualquier suicidio solo por robarle el aroma a las flores del precipicio.
Tengo, al igual que todos una idea sobre el amor, pero lo vivo único e irrepetible, así subí a un barco destinado a no llegar jamás a puerto. Como reza una canción: “No es perfecta/ mas se acerca/ a lo que yo/ simplemente soñé”
Dicen que la peor de las muertes es la indiferencia, el olvido. Así que hoy solo quedan un par de buenos recuerdos y la infinitud del silencio.
Es irónico como le llega a uno lo deseado, es irónico como uno cae en su propia trampa,
A lo mejor en el fondo uno no es más que la sombra de lo que se cree y no se da cuenta hasta que le ponen en el cajón de saldos
Sepan ustedes que han gratificado a este viejo espíritu, cada uno a su forma, pero ya no quedan ganas de proclamar sentimientos a quien no esta dispuesto a aceptarlos.
No tomen por cierta estas palabras, solo soy un pobre tipo extrañando la calidez de su pequeña musa. Amen, rían y por sobre todo, no dejen de sentirse vivos. Yo he muerto tantas veces que no me di cuenta en que momento me había vuelto fantasma.
Gracias y suerte a todos

martes, 23 de octubre de 2007

De Paraisos y Desiertos


“Dice que no sabe del miedo de la muerte del amor/
Dice que tiene miedo de la muerte del amor/
Dice que el amor es muerte es miedo/
Dice que la muerte es miedo es amor/
Dice que no sabe.”
Alejandra Pizarnik




Tengo esa idea de paraíso


Tu mentón hundido en mi pecho

Tu sonrisa enmarcando la luz de la habitación

No había más que decir,

No había más que esperar

Pero el tiempo corroe la piedra mas solida

Y hoy solo es arena de un costal roto

Dicen que solo es tiempo y buenos momentos

Dicen que solo es recuerdo y añoranzas

Pero yo se que no es así

Que hay más que arena y cielo estrellado

En la infinitud de este desierto

Quizá seamos sombras de un sueño lejano

Ecos de este viejo lamento.


Nunca es demasiado el precio a pagar

La aventura de vivir una gran historia.

Sombras



Sabés que despierto aquí,


no está lejos tu voz

Tal vez rasguñes mis propios restos

que van y vienen

Miedo de olvidar, sombras de tempestad

A través del aire

Si al menos hubiera sol esta noche

nunca has caído sobre las olas, sin ahogarte

Miedo de olvidar, sombras de tempestad

A través del aire

Las piedras devoran el tiempo

No hay más que hablar

Sólo son sueños lejanos

Mirándonos pasar

Máscaras de sal
Las Pelotas del disco Mascaras de sal

martes, 9 de octubre de 2007

Decir


Hubiera dicho te quiero

Que tus manos son cuna de mis palabras

Y mi vida sin vos, un mar sin caracolas

Pero las palabras no escalan muros
Hubiera dicho te quiero
Que tu vida es el azul de mis estrellas

Y que esa mirada divide la sal de las aguas
De esta absurda playa en que habito

Ya no hay mas,

El silencio se acomodo en mi cama

Y tu sonrisa es una foto pegada en el espejo

Se marcharon mis palabras detrás de tus pasos

Y ya no supe que decir.


Hubiera dicho te quiero

lunes, 24 de septiembre de 2007

Soledad


Soledad,

aqui estan mis credenciales,

vengo llamando a tu puerta
desde hace un tiempo,
creo que pasaremos juntos temporales,
propongo que tu y yo
nos vayamos conociendo.

Aquí estoy,
te traigo mis cicatrices,

palabras sobre papel pentagramado,

no te fijes mucho en lo que dicen,

me encontrarás

en cada cosa que he callado.

Ya pasó

ya he dejado que se empañe

la ilusión de que vivir es indoloro.

Que raro que seas tú

quien me acompañe, soledad,

a mi, que nunca supe bien

cómo estar solo.


Jorge Drexler del disco 12 segundos de oscuridad

martes, 18 de septiembre de 2007

Sueño


Sueño cosas pequeñitas,

Sueño tu mano y tres caricias tibias
En tardes y bancos de plaza.
Sueño cosas simples,
Dos sonrisas y un par de frases sueltas
Besos ocultos en miradas cómplices
Sueño el amplio suave de tus caderas
Y alguna batalla librada
Entre tu ombligo y mis labios
Entonces amanece,
Y tu cara se marcha con el sol
Y mis sueños se tornan plegarias
Pero la habitación barre al silencio
Y mi silueta vuelve al espejo
Entonces lloro
Y espero la noche
Para volver a soñarte

viernes, 14 de septiembre de 2007

Rio Abajo


Río abajo corre el agua

río abajo, rumbo al mar.

Desde el puente veo el agua del río
pasar y pasar.

Miro abajo y río

de verme pensar:

que yo soy el agua

y tu la ley de gravedad.

La vida es larga y yo voy a seguir

camino de tus brazos,

si el río corre, no puede más que ir

río abajo.

Río abajo, y vamos,

que la vida es un tobogán,

duele menos soltar la baranda

y dejarse llevar,

como el agua del río

camino del mar

es que yo soy de hierro

cuando tu eres un imán.

El agua da rodeos y al fin termina

siempre por abrirse paso,

vendrás, tarde o temprano hasta mí,

yo sé,

yo soy tu mar y tu vas río abajo


Jorge Drexler del disco Frontera

domingo, 9 de septiembre de 2007

Soy


Yo no soy más que estas palabras.
Soñé eso si, con verdes y azules
Con manos entrelazadas y miradas con brillo
Soñé con tu cama y con tu pelo
Sudor y perfume entre las sabanas
Yo no soy más que estas palabras.
Soñé eso si, latidos sin lamentos
Puestas de sol y promesas de cometas
Soñé eternidades y primaveras.
No entendí esta necesidad de realidad
De certezas y días de veinticuatro horas
Yo no soy más que estas palabras.
Soñé eso si con sentimientos
Romance de ranas y cerezos
Quizá solo esperes puestas de sol a las seis
Y noticieros matinales.
Quizá esperes que la distancia
Sea jarabe para el olvido.
Pero la puerta seguirá abierta
Yo solo soy estas palabras
Una invitación a soñar.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Mi verdad




Soy la palabra no escrita,

Ser confinado a escribir,

Y dejar cada trescientos años signos de mi existencia.

Este es mi tiempo,

Y desde las sombras escupo palabras,

Que se alinean como planetas,

Palabras pensadas perfectamente para atraparte,

Para que no puedas levantar la vista mientras lees.

Robarte minutos, absorberte poco a poco

Hacerte mi esclavo,

Pero caí en mi propia trampa

Corté cenizas de mi propio hilo

Y me até a vos,

Prisionero de mis propias letras,

Eso soy, esa es mi verdad.

Pude engañarte, inventar otra vida

Decir que soy uno más de esta feria persa

Que madrugo y me molesta mi trabajo

Que fumo y tomo café,

Que insulto en la calle

Que te amo y te extraño

Que me escondí en tus ojos y no quiero encontrar la salida

Que te busco en colectivos y trenes

Pude inventar cosas así,

Pero nadie creería semejante mentira.

sábado, 18 de agosto de 2007

Lo que se








Te amo


en todas las formas gramaticales de la palabra

Sin comillas ni asteriscos

Te amo hasta los contornos de tu cama


Piel descabellada, sudor canela

No se de bajar cielos, no lo se


No se de bajar estrellas, no lo se

Pero te amo en mi horizonte


En mi palabra pausada sin aliento

Te amo con la simpleza de enamorado


No se crear eternidades, no lo se

No se de musas proféticas, no lo se


Pero te amo en noches frías

Te amo tormenta en primavera


En silencio, en distancia

Sepulcro de besos


Te amo

jueves, 9 de agosto de 2007

Vrgen de acero



Alisaba una arena de cobre



Recortaba las olas temblando al sentir


El viento y las olas


Recordaba una virgen de acero


Descubriendo su rostro por primera vez:


Ojos bien negros


Y esta arena que empieza


a entibiarme los pies


Ella rie y confiesa que nunca vio el mar






Me Daras Mil Hijos, del disco Me Daras Mil Hijos

lunes, 30 de julio de 2007

Nieve en Buenos Aires


El invierno suena como cancion vieja en las ventanas, a pesar de que aqui en buenos aires nunca ha nevado, esta tarde en que nada mas quedaba vaciar el aburrimiento frente al televisor, un inmensa lluvia blanca empezo a hundir las calles de mi barrio.

Sali como un niño a caminar con una sonrisa que crecia calle a calle, ver a todas las personas jugando como pequeños era algo distinto, como si la nieve hubiese creado un mundo paralelo, Todos mirandose complices de estar cometiendo una travesura, inclucive yo, no pude resistir la tentacion de crear mi propia obra de arte, de permitirle a mi espiritu niño soñar por unica vez, que solo hay que pedir a las estrellas parte de su magia aquellas tardes en que solo se puede envejecer.


NdeA: El de la foto soy yo, con gorra bufanda y lentes, a mi costado el muñeco

viernes, 27 de julio de 2007

Requiem





¿Quien puede decir que no soy el dueño de tus caderas?

¿Cuantos saben depositar el beso que hace ceder tus rodillas?
Otros dirán que te han amado,

Que fueron elixir en tu cuerpo sin fronteras de almohada

Que encendieron tu piel y plantaron bandera en tus pechos.

Otros dirán que te han amado,

Que cazaron la estrella del norte cercana a tu ombligo

¿Quién puede decir que retuvo el aliento cuando tu boca sellaba sus labios?

¿Cuántos saben espiar tu alma al final de tus pupilas?

Otros dirán que te han amado,

Que fueron ave enjaulada entre tus piernas

Que alcanzaron el paraíso en la cúspide de tu vientre.

Yo lo se,

Se del sueño imposible

Se de incendiar estacas en la tormenta,

De dibujar tu nombre en esquelas al viento.

De fundirme en tu carne antes que acabe el dia

¿O acaso no sientes latir mi corazón dentro de tu pecho?

sábado, 21 de julio de 2007

Dices






Dices que ya no es así,

Que las aguas del rio ya no corren al sur,


Pero mi barca se empecina


A encallar en tus orillas.


Dices que ya no es así,


Que el sol ya no busca horizontes naranjas


Pero mis ojos se empecinan


En buscar tu silueta entre las nubes.


Dices que ya no es así,


Que ya no somos ramas del mismo árbol


Pero mi boca se empecina en erizar


Los pelos de tu nuca cuando te acaricio la espalda


Quisiera creerte, que sea cierto el adiós


Y que la melodía solo entone el final del día


Que mis manos sean arcilla seca en tus manos.


Quisiera ser el recuerdo de tibieza en tus sabanas


Quisiera creerte,


Pero no quiero.

martes, 17 de julio de 2007

Pensamiento






Cae como agua de cascada


Te dibuja


Me atrapa


Compro estrellas de cielo olvidado


y te respiro con suavidad y ternura


Pero no estas


Es solo un reflejo


Un eco que se pierde en un pasillo


Ahora tu pelo es cualquier pelo


Y te respiro en otro cuerpo


Imagino que estas aquí


Esperando que mi boca te nombre


Que mi mano te roce


Y que no se vuelva solitaria


La paloma que anida en tu pecho

jueves, 5 de julio de 2007

Besos

"En un beso, sabrás todo lo que he callado."
Pablo Neruda



Allí tus labios,

De forma geométrica, atrevida

Allí donde se esconden mis besos

Esa humedad de cuerpos concéntricos

Allí mis labios,

Boca huérfana de luz

Allí tus labios, allí los míos

un beso fugaz

Y esa miel que no conoce

El egoísmo de las abejas



Mas de laura

Este es el cuento ganador del premio Rulfo en el año 2001

La otra piedad

Dra. Bárbara Müller:
No espero que mi carta sirva para esclarecer los aspectos relacionados con el caso de Gonzalo Velázquez. No tengo datos precisos que aportar, no quiero aportarlos. Me he tomado el atrevimiento de intervenir sin haber sido convocada. Soy madre de un paciente del mismo sanatorio en el que Gonzalo estaba internado. Mi hijo, Manuel Losada, de veinte años, padece una patología por la que debe concurrir a la modalidad de Hospital de Día y recibe tratamiento psicológico y de rehabilitación.
De modo que usted no encontrará en mis palabras otro contenido que el de un mero punto de vista; punto de vista que, asociado a la identificación con aquellos que vivimos esta realidad en carne propia, he complementado con lo que pude ver y oír a partir de mi cercanía con esa institución.
Allí presido una pequeña cooperadora de padres destinada a subsanar algunas carencias que no son consideradas por los seguros médicos. Este cargo, que no es más que una acción benéfica, exige mi permanencia en el lugar durante los días de la semana. Con otras madres que tampoco tienen otra ocupación, cumplo funciones de índole práctica: recolecto fondos para alguna reparación, convoco, desde la solidaridad o desde la exhortación a la culpa, a padres que, por su oficio, puedan colaborar con tareas de mantenimiento y, fundamentalmente, promuevo una especie de apoyo “espiritual” para los más desvalidos.
Aprovecho este comentario para invitarla a los talleres de reflexión que organizamos los jueves por la mañana. Pienso que respirar esta realidad, respirar el clima de pretendido consuelo, respirar ese otro clima de decepción y agobio, escuchar las ocasionales sentencias y las constantes quejas, ver cómo la angustia puede adquirir forma en la voz o en la cara, ver cómo se intenta un tejido reparador sobre la cáscara de un agujero, podrá serle útil, a lo mejor, para tomar distancia de sus indagaciones y admitir que lo sucedido con este chico sólo tiene por causa un designio que no comprendemos, - ni siquiera a fuerza de dolor y resignación - los que tenemos que vivir bajo el peso de esta cruz.
Usted pensará que mis ideas están ligadas a la religión y a la fe. En ese sentido, creo que no somos quienes deban juzgar ciertas actitudes humanas. Dicen que daremos cuenta de nuestros actos después del pasaje terrenal. Sin embargo, doctora, con respecto a mi fe, debo confesar que permanece aplastada bajo el imperio de una voluntad suprema que no dio lugar a ningún intercambio, que no me permitió pactar, que me dejó al margen de la esperanza de las compensaciones; y si procedo en conformidad con ciertas leyes es por una costumbre estereotipada, inyectada a fuerza de temor y defectuosidades, practicada a modo de murmullo en oposición al desaliento. Por mi experiencia, este pasaje terrenal nos deja intervenir pobremente en su acontecer; y es tal vez esta carta un acto de misericordia para con usted, y es, tal vez, un intento de soslayar la impotencia a la que estamos habituados.
Por otro lado, puedo aceptar la muerte de Gonzalo como el tránsito que le estaba destinado por esa voluntad suprema, pero me resulta inadmisible el manoseo burocrático y judicial al que han quedado sometidos estos sucesos.
Es cierto que Gonzalo, durante su internación, no recibía más visitas que las de su padre, esporádicas, quizá forzadas. Sin embargo, la señora Julia Velázquez no era la única madre que no concurría al sanatorio, y más allá de las razones vinculadas a su estado de salud, sería prudente contemplar que no todos venimos a este mundo preparados para aceptar lo que nos toca. Es una cuestión de fortaleza.
Dicen que la sabiduría inmensa de Dios distribuye en cada uno de nosotros la cruz que, por su peso y su medida, podemos soportar. Sin embargo, y tal vez por la intervención de otras fuerzas que desconozco, no siempre es posible sostener esa cruz. Hay un ácido que flota en la columna vertebral. A veces, carcome; a veces, sangra; a veces, nos entierra.
He sabido que se sospecha de una confabulación entre Ernesto y Julia Velázquez para provocar la muerte de Gonzalo. He sabido que se los acusa de haberle dado una sobredosis de medicación con ayuda de una enfermera a la que sobornaron. He sabido que varias personas relacionadas con el caso están siendo interrogadas para esclarecer esta suposición. Y estos rumores me indignan. Nadie más que Dios ha resuelto esa muerte, y si los instrumentos que el Señor usó para empujar el alma de ese chico a la eternidad debieron ser el enajenamiento o la locura, pues este mismo Señor sabrá por qué lo ha hecho.
Ante estos juicios y, sin la posibilidad de persuadir ni frenar a quienes los emiten, no me queda otro remedio que rezar. También rezo en estos momentos por usted.
Deberíamos pensar que cualquiera de nosotros, ante la muerte de un hijo discapacitado, podría verse injustamente inculpado; sobre todo, teniendo en cuenta que, precisamente, por la fragilidad que caracteriza a estos enfermos, por su indefensión, por las complicaciones que las dolencias mentales provocan, la muerte es una posibilidad continua, como si colgaran de un hilo. Cabe citar el caso de una chiquita Down que sufrió un paro cardiorespiratorio en terapia intensiva mientras estaba sola, ya que no permitieron la compañía de la madre en esa unidad. Sé que los padres han iniciado juicio al hospital. Sin embargo, creo que lo han hecho presionados por la influencia de ciertos abogados con fines de lucro, sin aceptar resignada y cristianamente la voluntad de Dios.
La muerte de Gonzalo, el desarrollo de esta historia, acentúan mi sensación de que todo está silenciosamente tejido de antemano en nuestros destinos, como si se tratara de una sociedad entre las asfixias y las cargas.
Creo, en resumen, que la indagatoria que usted está llevando a cabo es una locura, creo que es promover una ofensa. Creo que usted está en riesgo. Creo que se equivoca. Creo que se adentra en terrenos peligrosos.
Yo le reitero mi invitación a nuestras reuniones de los jueves. Venga, doctora, verá que entre alguna torta que llevamos, algunas galletas, algunas risas, va a desentrañar el patetismo que reviste la misión para la que estos padres fuimos “elegidos”. Venga, si quiere, al festival anual, donde disfrazamos a los chicos y nos disfrazamos; venga y mire las máscaras que tapan la consternación, el baile frenético de las sillas de ruedas, las sondas nasogástricas pintadas de verde fluorescente, las cabezas sin sostén bamboleándose al compás de la música, las manos al aire, sin asidero; el papel crepé roto, desgarrado, húmedo. Venga, si quiere, al templo carismático donde llevo a Manuel los domingos. Mire, allí, las crisis de histeria, los colapsos, los alaridos, los espíritus que, para quedar liberados del demonio, creen que deben atormentarse en la crispación y en el ahogo. Asómese a este mundo antes de juzgar a los que lo integramos. Venga a mi casa, trate de conversar conmigo en paz, perciba cómo nos interrumpe la inquietud, el estertor de una garganta que no articula, la baba que corre por un trapo siempre inmundo. Míreme, imagine que estoy escribiendo esta carta a las dos de la mañana porque es el único momento en que tengo silencio, porque ya emboqué, dificultosamente, cuidando mis dedos de la mordedura, todas las dosis de pastillas correspondientes, incluido un hipnótico para el sueño, media píldora para mí, que nunca duermo, que no sé si voy a despertarme con un cadáver o con un vegetal en la habitación de al lado. Créame, ahora que le digo que me han pasado los años y me ha pasado la vida sin poder escapar de este cuadro fatídico, de este encierro de aullidos, de médicos, de electroencefalogramas, y turnos, y recetas, y horarios de rehabilitación, y pañales enormes, y olores acres. Venga a ver las marcas en todas las paredes de mi casa: son de la silla de ruedas. Venga a sentir el aroma: a pis, a tristeza. Fíjese en mí, en mis arrugas, en mis puños, en los otros hijos que crecieron sin mi energía, sin mi alegría, sin mi cuidado. Tómese un trago de este vómito de amargura. Y, entonces, deje de mortificarse y mortificar a los demás con su pesquisa.
Recuérdeme que le muestre el certificado de incapacidad del noventa y ocho por ciento, mi sentencia, la certeza de una vida inútil que necesita de mí todo lo que tengo, todo lo que ya no tengo, todo lo que preciso fabricar con la ficción. Acompáñeme, una de las tantas veces en que me miro en el espejo y me pregunto quién soy. Quédese un día en este mundo. Vea que no se puede saber, ni entender, ni razonar, ni escuchar. Si fuera posible, mida la raíz de mi sentimiento, esta mezcla de amor y de rechazo, lo que se me desordena constantemente en la imperfección, en la indignidad, en la tortura. Trate de observar algo coherente en los ojos que no miran hacia ningún lado, en la cabeza que se cae. Intente traducir, en el sonido que parece una gárgara, las dos sílabas categóricas de la palabra mamá. Quédese quieta y contemple el espectáculo siniestro de una convulsión, ese dislate, esa espiral sin fondo. Mire las botellas vacías tiradas bajo la mesa, bajo la cama: son del hombre que pasará tambaleándose por algún lugar de la casa, la barba crecida, la bragueta siempre abierta, el pelo desprolijo. Ese desecho es el hombre con quien duermo sin dormir. Mire, hoy, casualmente, la sábana sucia de mi hija, la sana, la normal, la inteligente, la que nunca entendió por qué un día su madre desapareció de golpe y pasa las horas y las horas en un instituto de rehabilitación, limpiando mierda, mientras ella se revuelca sin sentido con cualquier hombre que pase. Venga. Mire. Asómese.
Vaya, después, a conversar con cuanto profesional de la salud se le cruce. Le van a decir las mismas resueltas idioteces: lo difícil, el daño, el emergente, el caos, la contención, la incontención, la fábula, tal vez la inconsciencia de una mujer que decidió no abortar para no irse al infierno y que, a los cuarenta y pico, acunó dulcemente a un monstruo con la pretensión de que era un ángel.
Lea bien lo que le escribo.
Vaya, después, y converse con un cura, con un mago, con diez locos. Es lo mismo, atado y desatado, el designio, el demonio, los dos filos cruzados en la espalda.
Pregúntele a cualquiera de las asistentes del instituto. Pregúnteles por los abandonos, por las ambulancias, por las convulsiones, por esos seres que de pronto adquieren el aire espeluznante de un poseído y se agrandan y se retuercen y tiemblan y se contorsionan, y se sacuden, y parecen tan magníficos como aterradores. O se encogen, como cáscaras de hierro, como pedazos de piedra imposibles de abrazar. Y se les mueven los brazos, y se les mueven las piernas, y se endurecen, y son estatuas, y la cabeza para un costado porque si no se muerden la lengua, y que se hagan todo encima, o que vomiten, o que se ahoguen, y los ojos, patéticos, desaparecidos a los costados, las órbitas en blanco.
Además, las convulsiones tienen sus causas: a veces la fiebre, a veces una emoción, a veces la imposibilidad de expresarse de otra forma. Y, a veces porque faltó la medicación, porque la hija de mil putas de la madre se olvidó de darle al ángel la medicación, porque la máquina falló en el instante del olvido. Entonces el ángel castiga retorciéndose.
Y ahí están, siempre, todos los días, como lo único que nos gobierna, lo que nos pone de rodillas, lo que nos hace cumplir, lo que nos obliga no sabemos a qué ni para qué. Y hay que seguir, hay que seguir, hay que seguir. No se pueden bajar los brazos, ni un minuto. No se pueden desatar las manos de las correas que sujetan al madero horizontal de la cruz. No se puede dejar la vertical forzosa de la que colgamos.
Y uno pretende explicarse que lo que manda es el amor, que es del corazón, del útero, de no sé dónde que sale la fuerza.
Pero son ellos los que mandan, los que dan las órdenes, los que disponen de la vida de todos, los que determinan lo cotidiano y lo perenne; que una se quede callada o que hable o que mire un programa por televisión o que no mire; que piense, que no piense. Absorben toda la energía, absolutamente toda.
Igual, a la mañana, empezar de nuevo, aunque duelan los huesos.
Claro, yo no podría dejar internado a Manuel. No podría por la culpa. Y es otra de las cosas que gobiernan: la culpa, la mal entendida piedad. ¿No sería mejor suponer un error de cálculo en la naturaleza?
Al principio, cuando Manuel entraba en una convulsión, me provocaba una especie de parálisis. Aparentemente, él no respiraba, pero la que no podía respirar era yo. A él se le torcían los ojos, a mí se me agrandaban. A él se le alargaban las manos, a mí se me encogían. Era un hechizo. Hubiera podido dominar a todos con una palabra, con una sola palabra; y uno esperaba que esa palabra brotara, de golpe, que rompiera el mutismo, como si Manuel fuera dueño de un lenguaje oculto, de larvas, de bacterias, de algodón, de bichos, de fantasmas, y en el momento de la convulsión ese lenguaje pudiera reptar hasta la lengua.
Gonzalo también tenía convulsiones. Lo cuidé y lo limpié muchas veces en el sanatorio. Después se dormía. Eran horas de paz.
Dicen que cuando vuelven no se acuerdan de nada. Dicen que, a veces, escuchan ruidos, ven visiones. Es un misterio. Y es como si el aire se quedara quieto alrededor. Nadie sabe qué hacer, no se puede hacer nada. Una convulsión se parece a la muerte, pero el corazón late, corre la sangre, hay una revolución como de lastimadura, chispas, cortocircuitos, latigazos; es como si de adentro emergiera otra vida, incontrolable. (Gonzalo, en cambio, era incontrolable todo el tiempo. Lo tenían atado, por precaución.)
Dicen que lo único que hay que hacer es rezar.
En los primeros años no pude rezar nunca. Me quedaba pegada a mi hijo, pero lejos; lo miraba, ni siquiera podía tocarlo. Ahora, cuando tiene convulsiones, rezo, solamente por costumbre, despacio, siempre las mismas oraciones, la repetición, el murmullo, el vaciamiento.
También rezaba por Gonzalo.
Además, doctora, usted tendría que ver cómo cantan en el templo, con qué alegría. La alegría de la fe, supongo. Y Manuel se alegra: aplaude, se ríe, mueve la cabeza, las manos, grita. Y aunque nos cueste, mi marido y yo, vamos; mi marido y yo, sobrios, porque a la iglesia es necesario ir sobrios, íntegros, sumisos, humildes, resignados. Y lo cargamos en brazos. No entramos la silla. Es peligroso porque hay gente que se descompone y se desmaya y se puede golpear con los caños, porque los que se quedan catatónicos se pueden golpear con los caños, porque las alucinaciones místicas y los alaridos y la espuma de la boca y las uñas con filo y las manos con forma de garras golpean contra los caños.
Es hermoso ir al templo. No sabe cómo ayuda. Hasta pude pedir una intención para que esa mujer y ese hombre, los padres de Gonzalo, encuentren paz; para que usted también encuentre paz, para que deje de buscar cruces, transportarlas, transferirlas.
Gonzalo Velázquez murió, seguramente, en forma accidental o a consecuencia de alguna complicación, como determinarán los médicos. Gonzalo Velázquez murió para cerrar un círculo, para encerrarla a usted en ese círculo.
La muerte no es ilógica. No todas las muertes son impredecibles.
Por otro lado, es tan fácil dejarlos morir. Basta con no alimentarlos, basta con no darles la medicación, basta con darles medicación de más, basta un descuido, un agua, una canilla abierta. Pero la desesperación está en la culpa, no en las resoluciones. Casi nadie sería capaz de tomar esa decisión. Casi nadie. Aunque.
¿Usted podría seguir leyendo esta carta si sólo imaginara, con toda la nitidez posible, que algo a lo que ama encarnizadamente pudiera convertirse en una estatua, aullar, deshacerse, temblar, desparramar humores?
¿Usted cree que Julia Velázquez y yo somos diferentes? No, doctora: la cruz tiene una proporción determinada. Existe una pesadez exacta que quiebra la espalda, que dobla en dos. Gonzalo llegó al límite del peso.
¿Usted cree que se puede mentir una alegría? ¿Cree que esos bailes morbosos de los festivales no son una puesta en escena de la desesperación, que la música misma no es un absurdo? No, doctora: hay pedazos de vidrio en la orilla de la garganta, hay un telón enganchado con alfileres a los ojos, hay una soga tensa a punto de soltarse, dar el tirón, desatar la locura.
Dejé mi profesión, hace veinte años; puntualmente, cuando tuve a Manuel. Soy psiquiatra. Pero todo se alteró, todo empezó a chocar. Y el entendimiento no resiste, no resisten las explicaciones; no hay explicaciones.
La razón impone un orden. La fe se respalda en cierto desorden. Yo necesitaba cantar a gritos, encender velas, y necesitaba estampitas y crucifijos y oraciones; necesitaba no pensar, no preguntarme. No me alcanzó la lógica. Se me desmoronó. Se me terminó la posibilidad de análisis.
Cambié la profesión por el misticismo, la palabra por el rito, la duda por la certidumbre, la consideración de la paradoja por el aplastamiento.
Son caminos, formas de evadirse. Cada cual elige el suyo.
Igual, no hay alivio. No tengo alivio.
Los Velázquez no tendrían alivio. Las demandas no dejaban alivio, las críticas a las inasistencias de Julia Velázquez, transmitidas a su marido en cada una de las ocasionales visitas, no permitían ningún alivio.
¿Pudieron razonar los Velázquez? ¿Hicieron un complot? ¿Lo mataron?
No sé.
Tal vez sea una forma de eutanasia. Una llovizna de piedad.
Además, he llegado a comprobar lo inverosímil. Hay algo que se teje en lo trágico, es un mecanismo, algo extraño, un miedo: El último paciente que atendí en ejercicio se llamaba Joaquín Müller.
¿Le dice algo esto, doctora? ¿No es una increíble coincidencia?
No puedo amenazarla con desertar de un secreto profesional. No lo haría. Pero tal vez usted esté buscando, con su empecinamiento contra los Velázquez, castigar a sus propios padres; revivir, con esta penitencia, al hermano imperfecto, al pobrecito que se ahogó “sin querer” en la bañera de su casa natal.
Cuando haya llegado al fondo de estas investigaciones, lo único que le va a quedar es un vacío sin respuestas, algo que se volverá en su contra, definitivamente.
Tome en cuenta mi consejo: abandone el caso.

martes, 3 de julio de 2007

Escritores argentinos




Laura Massolo nació el 21 de diciembre de 1954 en Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires. Es poeta, cuentista y novelista.Desde 1989 coordina talleres de poesía y cuento y se ha desempeñado como jurado en diversos concursos literarios. Su primer libro de cuentos "Al borde" (Ediciones del Dock) fue distinguido con la Faja de Honor de la S.A.D.E en 1999.Ediciones del Dock también editó su libro de poemas "Afuera estaba el Mundo" con contratapa de J.Giannuzzi.Recibió entre otros premios, el Premio "Juana Santacruz" de Poesía, otorgado por el Ateneo Español de MéxicoPremio Internacional de Cuento Juan Rulfo Radio Francia Internacional y Centro Cultural de México 2001Premio Demetrio Cañizares de la Unión Federal de la Policía de Madrid 2001 en Cuento Policial.Mención en Novela en los Premios Regionales del Premio Nacional 2001Premio de Poesía "Marc Granell" de la Ciudad de Almusafes, Valencia (publicación)Premio de Poesía del Área de la Mujer del Ayuntamiento de Motril, Granada.Finalista del Premio de Cuentos Max Aub
Una de las mejores escritoras que dio la actualidad argentina.
Tengo el agrado de conocerla personalmente y de tener una gran amistad con ella.
Ha escrito libros de cuentos y de poesias y un libro de tecnicas de escritura.
Lo que sigue abajo es un cuento humoristico, algo no muy comun en su escritura.
Que lo disfruten tanto como yo.
PARÁSITOS
Me dijo: andá derecho por Rivadavia. Y fui. Pero como no me dijo dónde tenía que bajarme, no quise tomar el subte, porque, si no, me paso y después dice que soy un boludo. Fui caminando. Derecho derecho por Rivadavia. Me dijo, también, que llevara el frasco en la mano, que no se me fuera a caer. Pero no me dijo que lo tenía que envolver y todos me miraban que llevaba el frasco en la mano, derechito, para que no se cayera. Al final, la boluda es ella, porque no me dice lo que me tiene que decir. Al final, llegué. Era bastante lejos, parece. Fui a la ventanilla y ahí estaba un hombre y la cara muy bien no se le veía porque además estaba un poco oscuro y le di el frasco, que casi se me cae porque la ventanilla era redonda, era un agujero redondo en el vidrio y no tenía para pasar el frasco por abajo. Y el hombre se enojó. Y me dijo, de mala manera: “¿Vos quién sos, boludo? ¿Qué me das? ¡Asqueroso de mierda!”. Le dije: “Es para ver si tengo parásitos.” Y le mostré la orden del doctor. Y entonces se dio cuenta. Y me dijo, de nuevo, de mala manera: “¿Pero no ves, pedazo de boludo, que esto es un telo?”. Claro. Uno camina y camina, toda la mañana, y después quieren que vea bien dónde se mete. Claro, ahora que el hombre lo decía, era verdad. Y claro, afuera, el cartel decía Albergue transitorio. Pero yo caminé tanto que me pareció que decía sanatorio. Y claro, era cierto, porque los sanatorios no tienen luces coloradas y esas cosas. Y claro. Pero yo me planté, firme, porque aunque uno se equivoque no hay derecho a que lo traten mal. Y yo no soy ningún cobarde. Y no me iba a dar media vuelta, así nomás, y agarrar la puerta, y dejar que el tipo ése, que no sé quién se cree que es... Así que me planté y le dije. Fuerte, le dije: “Ya mismo me devuelve el frasco”. Y me lo tuvo que devolver.
Eran seis cuadras más. Pero como ella no explica bien, yo, qué sabía. En la puerta decía sanatorio. Había ambulancias, y médicos, y enfermeras, y gente esperando, y uno que iba en una camilla. Pregunté: “¿Éste es el sanatorio?” Una señorita me dijo que sí. Y le di el frasco. Y la orden del doctor. Y le dije: “Es para ver si tengo parásitos” Ya me había dado cuenta, dijo la señorita. Pero tiene que venir antes de las diez, dijo la señorita. Ahora no se lo puedo recibir, dijo la señorita. Y me tuve que volver con el frasco.
Pero, esta vez, fui más astuto: tomé el subte. Y llegué a casa en una hora y media, rapidísimo, y con el frasco entero. El problema es que en el subte tuve que tirar lo que había adentro. El problema fue que una señora que me parece que estaba embarazada, o no sé si estaba embarazada, y que iba al lado mío, y como había mucha gente, empezó a tener asco y, después, vomitó. Y la gente dijo que era por lo que yo tenía en el frasco. Y yo abrí el frasco, y lo tiré. El frasco no, lo de adentro. Lo que había juntado. Y lo que pasa es que las ventanillas del subte no son muy grandes. No. Y lo que pasa es que afuera, cuando el subte va rápido, no se ve. Y tampoco lo iba a tirar en una estación, que después lo iban a pisar... Lo que pasa que un poco, nada más que un poco, quedó en el vidrio. Y como viene viento, un poco, un poquito, se cayó en el asiento. Y yo lo quise limpiar porque esos asientos nuevos colorados como de terciopelo son tan lindos. Pero quedaba peor. Y como la gente gritaba me ponía nervioso y no podía limpiar bien. Y una mujer –menos mal que siempre hay alguien más amable- estaba dele decir: “No le griten, pobre hombre, no le griten.” Y se ponía un pañuelo en la nariz. Buéh. Al final, llegué. Lo importante es que llegué con el frasco entero, como me había dicho ella. Y se lo mostré. Y le expliqué que nada más era hasta las diez. Y le devolví la orden del doctor. Igual, ella siempre tiene algo que decir. Y me dijo: “Sos un boludo”. Que esto, que aquello, que lo otro. Que si no tenía otra cosa mejor que la orden del doctor para limpiar el asiento. Que dónde carajo había estado hasta las cuatro de la tarde. Que yo no servía para nada. Y dije basta. Basta, me cansé, basta, basta y basta. Eso dije yo. Se quedó helada. Y le dije así, nada más, para no hacerle más daño y decirle, encima, que la culpa de todo la tenía ella. Se quedó helada. He – la – da.
Después, a la noche, me dijo, y bien me lo dijo, porque yo la frené a tiempo: “Joaquín, no te vas a pasar otra semana juntando mierda, ¿no?” Yo, justamente, en ese momento, estaba en el baño, con la cuchara en la mano. “¿Por qué?”, le dije. Y ni me contestó. Lo que pasa es que el frasco había ido a parar a la basura. Ella lo tiró. Yo creí que me lo había lavado; pero no, lo tiró. Y eso quiere decir que ya se había dado cuenta de que estaba equivocada. Y se dio cuenta cuando yo le dije basta basta basta.
Seguro que no tengo parásitos. Seguro. Ella había dicho que para ser tan boludo tenía que tener parásitos. Ella lo convenció al doctor de que me hiciera la orden. Pero ahora se dio cuenta que yo no soy ningún boludo porque le dije basta basta basta. Lo único, que le tuve que prometer que no me voy a rascar más aunque me pique cuando estemos en el negocio. Ella dice que la gente ve que me rasco y sale sin comprar empanadas. Así que le prometí eso. Y nada más. Cuando me pica mucho, me escondo abajo del mostrador y nadie me ve. Pero no tengo parásitos. Y que quede clarito: tampoco soy boludo.