martes, 3 de julio de 2007

Escritores argentinos




Laura Massolo nació el 21 de diciembre de 1954 en Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires. Es poeta, cuentista y novelista.Desde 1989 coordina talleres de poesía y cuento y se ha desempeñado como jurado en diversos concursos literarios. Su primer libro de cuentos "Al borde" (Ediciones del Dock) fue distinguido con la Faja de Honor de la S.A.D.E en 1999.Ediciones del Dock también editó su libro de poemas "Afuera estaba el Mundo" con contratapa de J.Giannuzzi.Recibió entre otros premios, el Premio "Juana Santacruz" de Poesía, otorgado por el Ateneo Español de MéxicoPremio Internacional de Cuento Juan Rulfo Radio Francia Internacional y Centro Cultural de México 2001Premio Demetrio Cañizares de la Unión Federal de la Policía de Madrid 2001 en Cuento Policial.Mención en Novela en los Premios Regionales del Premio Nacional 2001Premio de Poesía "Marc Granell" de la Ciudad de Almusafes, Valencia (publicación)Premio de Poesía del Área de la Mujer del Ayuntamiento de Motril, Granada.Finalista del Premio de Cuentos Max Aub
Una de las mejores escritoras que dio la actualidad argentina.
Tengo el agrado de conocerla personalmente y de tener una gran amistad con ella.
Ha escrito libros de cuentos y de poesias y un libro de tecnicas de escritura.
Lo que sigue abajo es un cuento humoristico, algo no muy comun en su escritura.
Que lo disfruten tanto como yo.
PARÁSITOS
Me dijo: andá derecho por Rivadavia. Y fui. Pero como no me dijo dónde tenía que bajarme, no quise tomar el subte, porque, si no, me paso y después dice que soy un boludo. Fui caminando. Derecho derecho por Rivadavia. Me dijo, también, que llevara el frasco en la mano, que no se me fuera a caer. Pero no me dijo que lo tenía que envolver y todos me miraban que llevaba el frasco en la mano, derechito, para que no se cayera. Al final, la boluda es ella, porque no me dice lo que me tiene que decir. Al final, llegué. Era bastante lejos, parece. Fui a la ventanilla y ahí estaba un hombre y la cara muy bien no se le veía porque además estaba un poco oscuro y le di el frasco, que casi se me cae porque la ventanilla era redonda, era un agujero redondo en el vidrio y no tenía para pasar el frasco por abajo. Y el hombre se enojó. Y me dijo, de mala manera: “¿Vos quién sos, boludo? ¿Qué me das? ¡Asqueroso de mierda!”. Le dije: “Es para ver si tengo parásitos.” Y le mostré la orden del doctor. Y entonces se dio cuenta. Y me dijo, de nuevo, de mala manera: “¿Pero no ves, pedazo de boludo, que esto es un telo?”. Claro. Uno camina y camina, toda la mañana, y después quieren que vea bien dónde se mete. Claro, ahora que el hombre lo decía, era verdad. Y claro, afuera, el cartel decía Albergue transitorio. Pero yo caminé tanto que me pareció que decía sanatorio. Y claro, era cierto, porque los sanatorios no tienen luces coloradas y esas cosas. Y claro. Pero yo me planté, firme, porque aunque uno se equivoque no hay derecho a que lo traten mal. Y yo no soy ningún cobarde. Y no me iba a dar media vuelta, así nomás, y agarrar la puerta, y dejar que el tipo ése, que no sé quién se cree que es... Así que me planté y le dije. Fuerte, le dije: “Ya mismo me devuelve el frasco”. Y me lo tuvo que devolver.
Eran seis cuadras más. Pero como ella no explica bien, yo, qué sabía. En la puerta decía sanatorio. Había ambulancias, y médicos, y enfermeras, y gente esperando, y uno que iba en una camilla. Pregunté: “¿Éste es el sanatorio?” Una señorita me dijo que sí. Y le di el frasco. Y la orden del doctor. Y le dije: “Es para ver si tengo parásitos” Ya me había dado cuenta, dijo la señorita. Pero tiene que venir antes de las diez, dijo la señorita. Ahora no se lo puedo recibir, dijo la señorita. Y me tuve que volver con el frasco.
Pero, esta vez, fui más astuto: tomé el subte. Y llegué a casa en una hora y media, rapidísimo, y con el frasco entero. El problema es que en el subte tuve que tirar lo que había adentro. El problema fue que una señora que me parece que estaba embarazada, o no sé si estaba embarazada, y que iba al lado mío, y como había mucha gente, empezó a tener asco y, después, vomitó. Y la gente dijo que era por lo que yo tenía en el frasco. Y yo abrí el frasco, y lo tiré. El frasco no, lo de adentro. Lo que había juntado. Y lo que pasa es que las ventanillas del subte no son muy grandes. No. Y lo que pasa es que afuera, cuando el subte va rápido, no se ve. Y tampoco lo iba a tirar en una estación, que después lo iban a pisar... Lo que pasa que un poco, nada más que un poco, quedó en el vidrio. Y como viene viento, un poco, un poquito, se cayó en el asiento. Y yo lo quise limpiar porque esos asientos nuevos colorados como de terciopelo son tan lindos. Pero quedaba peor. Y como la gente gritaba me ponía nervioso y no podía limpiar bien. Y una mujer –menos mal que siempre hay alguien más amable- estaba dele decir: “No le griten, pobre hombre, no le griten.” Y se ponía un pañuelo en la nariz. Buéh. Al final, llegué. Lo importante es que llegué con el frasco entero, como me había dicho ella. Y se lo mostré. Y le expliqué que nada más era hasta las diez. Y le devolví la orden del doctor. Igual, ella siempre tiene algo que decir. Y me dijo: “Sos un boludo”. Que esto, que aquello, que lo otro. Que si no tenía otra cosa mejor que la orden del doctor para limpiar el asiento. Que dónde carajo había estado hasta las cuatro de la tarde. Que yo no servía para nada. Y dije basta. Basta, me cansé, basta, basta y basta. Eso dije yo. Se quedó helada. Y le dije así, nada más, para no hacerle más daño y decirle, encima, que la culpa de todo la tenía ella. Se quedó helada. He – la – da.
Después, a la noche, me dijo, y bien me lo dijo, porque yo la frené a tiempo: “Joaquín, no te vas a pasar otra semana juntando mierda, ¿no?” Yo, justamente, en ese momento, estaba en el baño, con la cuchara en la mano. “¿Por qué?”, le dije. Y ni me contestó. Lo que pasa es que el frasco había ido a parar a la basura. Ella lo tiró. Yo creí que me lo había lavado; pero no, lo tiró. Y eso quiere decir que ya se había dado cuenta de que estaba equivocada. Y se dio cuenta cuando yo le dije basta basta basta.
Seguro que no tengo parásitos. Seguro. Ella había dicho que para ser tan boludo tenía que tener parásitos. Ella lo convenció al doctor de que me hiciera la orden. Pero ahora se dio cuenta que yo no soy ningún boludo porque le dije basta basta basta. Lo único, que le tuve que prometer que no me voy a rascar más aunque me pique cuando estemos en el negocio. Ella dice que la gente ve que me rasco y sale sin comprar empanadas. Así que le prometí eso. Y nada más. Cuando me pica mucho, me escondo abajo del mostrador y nadie me ve. Pero no tengo parásitos. Y que quede clarito: tampoco soy boludo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

no había oído hablar de ella. pero muy bueno el trozo de cuento, muy irónico, para pensar,,,

de que va el resto de su obra?

kafrune dijo...

tiene tres libros de cuentos y dos de poemas. pronto pondre mas de su obra.
Besos

Pequeña dijo...

Bonito rincón para la literatura argentina ;) Me gusta que me vayan enseñando un poquito de mundo a través de textos y canciones. Acerca vidas y lugares. Me quedo con el nombre de esta escritora.

Besos

Mara dijo...

Me ha encantado el texto y más, como dice pekeña, que nos des a conocer maravillas de otras tierras :) Besitos kafrune